lunes, 27 de enero de 2014

El decepcionante trato al vino en algunos restaurantes de prestigio...

Los pasados días de fiestas y celebraciones Navideñas he tenido la posibilidad de comer y cenar fuera de casa con mi familia. Somos un grupo numeroso, cercano a la doble decena,  y entiendo que no sea siempre fácil atender, y más en estos días,  un grupo de este perfil. Yo, que me considero una persona tolerante, entiendo que algunas cosas puedan fallar en este entorno, que el servicio sea algo lento, que algún plato no llegue a su temperatura, o que la presentación del plato no sea la habitual. Entendería cualquiera de uno de estos posibles “deslices”, pero no los que se han repetido en los dos restaurantes de la capital Guipuzcoana donde he cenado tanto en Nochevieja como comido en año nuevo.
El problema ha venido por el lado, a priori,  más fácil de resolver. Vamos donde más difícil era estropear el ágape. El Vino, producto por el que reconozco tener una especial sensibilidad y dedicación.
Las dos reuniones eran de menú degustación y cerrado, degustaciones donde el vino venía incluido y era a sugerencia de la casa. Pues en ambos casos tuvimos que pedir la carta y cambiar de vino. Ninguno de los dos vinos tintos estaba a la altura del menú, además de lejos. Me parece grave siempre, pero más cuando el restaurador goza del beneplácito del  “Sr. Michelín”. No voy a responsabilizar al sommelier sino al gestor, al que mira los costes. En un grupo numeroso como el nuestro con personas de diferentes edades, niños, jóvenes, ancianos donde el consumo de vino no ha excedido las tres o cuatro botellas, el coste de no meter la pata y dañar la imagen podía arreglarse por 1Euro por botella, no hacía falta más. (Euro que dividido entre las 20 personas que cenábamos tenía un impacto sobre la rentabilidad por persona ridículo).

Una pena que solo se tenga en cuenta una parte de lo que se ofrece al cliente y no el todo en su conjunto. Muchos hosteleros con los que trato a diario justifican la decisión de ofrecer como vino de la casa a sus clientes un vino determinado en lugar de otros con una frase que cada día me solivianta más, “nadie protesta”, parece que con eso basta, parece que con el rigor económico que padecemos el servicio de mínimos se está instalando en nuestro día a día. Quizá algunos sobrevivan con esta política de mínimos, de escatimar la calidad de menospreciar al cliente, pero no olvidemos que después de la tempestad viene la calma. Si la primera daña la estructura del barco este se hundirá aunque la mar esté en calma, será solo cuestión de tiempo… 

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